Este fin de semana fui a un evento de expositores de tejido, y me emocionó ver cómo este mundo crece y florece. Pero lo que más me llamó la atención fue que no era el único evento en Santiago. Había talleres, ferias y encuentros en varias partes de Santiago y también en regiones, todos llenos de personas compartiendo su amor por nuestra pasión.
EL tejido ya no es un simple hobby o una moda pasajera. Es parte de nuestra vida, de nuestra identidad, de nuestra manera de estar en el mundo.
El tejido es mucho más que lanas y patrones. Es un compañero fiel, de esos que no necesitan palabras para hacernos sentir mejor. Cuando estamos tristes, tejemos para sanar. Cuando estamos alegres, tejemos para celebrar. Cuando necesitamos ordenar nuestras ideas, tejemos para calmar la mente y el corazón.
En las penas, en las alegrías, en los momentos de incertidumbre o entusiasmo: el tejido está. Y por eso se ha ganado un lugar en nuestras vidas. Porque nos acompaña con paciencia, sin exigirnos nada, recordándonos que hacer algo con las manos también puede transformar lo que sentimos.
Su rol en el autocuidado
Nos olvidamos que el autocuidado no siempre requiere grandes esfuerzos ni lujos. A veces, solo se trata de dedicar un rato a nosotras mismas. Apagar el ruido y dejarnos llevar. Tejer es una forma de estar presentes. De reconectar con nuestro ritmo interior. De elegirnos, aunque sea por unos minutos al día.
El tejido nos conecta con otras personas. Porque detrás de cada punto hay historias, emociones y experiencias compartidas. Cuando tejemos en comunidad -en un taller, en una feria o incluso online- sentimos que no estamos solas. La red que tejemos no es solo de hilos.
El tejido también nos enseña a tener paciencia, a disfrutar del proceso, a valorar los pequeños avances y a aprender de los errores. Nos recuerda que todo -incluso lo que parece enredado- se puede deshacer y volver a empezar. Y esa es una lección muy valiosa.
Teje, no por el resultado.
Teje por ti, porque te lo mereces
Abrazos tejeriles,